“La existencia determina la conciencia”,
decía Carlos Marx. ¿Qué significa? Que, dependiendo de cómo vivas,
así pensaras. Si eres un trabajador asalariado, serás de izquierdas para
defender una mayor participación de tu salario en los ingresos que obtenga la
empresa para la que trabajas. En cambio, si eres empresario, serás de derechas,
liberal, y lucharás para que el Estado no se inmiscuya en la gestión de tus
negocios, para apropiarte de cuanta más plusvalía, mejor. Si eres un mando
intermedio, lo tienes más difícil porque, por un lado, eres un asalariado y
deberías unirte a las reivindicaciones del resto de empleados, aunque tengan
menor categoría, pero, por otro, seguramente tu cargo sea de confianza y seas
representante de los intereses del empresario en la compañía, por lo que
identifiques tu bien con el suyo.
Ésta es la teoría. Muy simplificada, sí. Cada cual,
según la posición que ocupa en la sociedad, debe defender sus intereses. Si los trabajadores se confunden y asumen como propios los
intereses de sus empleadores, tienen una “enfermedad” que Marx calificó como
“falsa conciencia”. Y es muy frecuente. Porque, al final, la
ideología dominante en cada momento en una sociedad es la ideología de la clase
que detenta u ostenta, según el caso, el poder en ese momento.
Hasta tal punto somos todos marxistas que hasta la
derecha ve fatal que los ricos sean de izquierdas. Son ricos desnaturalizados.
Anda que no hay reportajes denunciándolos. Cuando lo verdaderamente interesante
sería leer una historia que analice con seriedad por qué los obreros de
Marsella votaron hace años a Le Pen padre y ahora los de toda Francia votan a
su hija, que ha convertido al Frente Nacional en la primera fuerza política del
país. Algunos se limitan al regodeo: fíjate, ésos que en los setenta
votaban al Partido Comunista Francés llevan ya más de dos décadas engordando el
electorado de la extrema derecha, porque son unos racistas. En cambio, esos mismos no soportan que los sindicalistas
coman gambas o se vayan de cañas después de una manifestación. No se entiende.
O sí. Y mucho. Quieren una sociedad ordenada y que sean los obreros los que les
hagan el trabajo sucio, dentro del que también puede entrar el voto a Le
Pen.
Les contaré lo que dice la clase obrera o los pequeños
campesinos de Castilla La Vieja para argumentar su voto a la derecha, aunque
nunca extrema: “Poco te dará el que tiene, menos el que no
tiene”. El desarrapado quizás te lo quiera quitar todo, que
nunca sabe uno hasta dónde pueden llegar la izquierda. Lo que nunca se han preguntado quienes así
piensan es el modo en que el que tiene ha atesorado su patrimonio.
Repetimos el mantra ese facilón de lo estúpido que es
un obrero de derechas. Y defendemos, sin embargo, a los “ricos” que se atreven
a ser de izquierdas. ¿Por qué es estúpido un obrero de
derechas e inteligente un rico con conciencia social? Porque hay algo que se
llama “justicia”, “redistribución de la riqueza”, “bien común”,
"sensibilidad social". Tiene mérito defender medidas
que implicarían una merma de sus privilegiadas rentas. Aunque, al final, ser de
izquierdas, aunque sea lo justo como para defender el Estado del Bienestar, les
viene estupendamente para legitimarse ellos y el propio sistema.
Más te dará el que tiene que el desarrapado. Pero, lo
que decíamos antes, ¿no será que el que tiene se ha quedado
con algo que no le corresponde? Thomas Piketty, el economista
que acaba de llegar al estrellato, explica, según nos ha resumido el economista
Gonzalo Bernardos, que cuando los rendimientos del capital son superiores a los
rendimientos de la economía en su conjunto, es que el capital se ha llevado
algo que no le tocaba, quizás ha reducido en exceso la remuneración del factor
trabajo.
El apoyo trabajador a la derecha también se explica
porque sirve para conservar una gran esperanza: la de hacerse rico. Si la
izquierda nacionaliza, redistribuye, hace que todos seamos iguales, acaba con
la posibilidad de entrar en el club de los privilegiados, muere un referente,
un sueño...
Pero, en general, seguramente, la mayoría de los
lectores crean que esto es todo una sarta de tonterías. Porque ya no hay
izquierdas ni derechas. Todos huimos de las etiquetas. No nos gustan
nada.
Podemos no se define del todo
Por todo esto, por el rechazo que suscita entre la
gente el discurso muy ideológico, puede sobre todo el de la izquierda, ésta es
una hipótesis, Podemos al principio no se definió del todo (y sigue sin
hacerlo). De ahí su mensaje desideologizado, aunque sólo
en apariencia, y apelando al “sentido común”, a la gente normal, afirmando que
no son “de extrema izquierda, sino de extrema necesidad”...
Sólo al final, sólo porque no tenían más remedio,
únicamente después de haber conseguido colocar cinco de sus miembros en el
Parlamento Europeo, comunicaron su integración en el grupo de la Izquierda
Europea y su apoyo a Alexis Tsipras, su candidato a presidir la Comisión
Europea. Por eso, apenas quien se leyó el programa electoral
sabe que no sólo es de izquierdas, sino que es primo hermano del que lleva años
defendiendo Izquierda Unida.
Presentarse como izquierdistas es casi garantía de
fracaso. Que se lo digan, precisamente, a sus compañeros de Izquierda Unida,
aunque han triplicado escaños. Es mejor aparecer con un mensaje atrapalotodo,
del sentido común y de “la gente normal”. Porque, ¿quién no se siente “gente
normal”? Ésa es la estrategia. Aquí explicó esto y muchas cosas más Eduardo
Muriel.
Aunque quien tiene la
"culpa" de la aparición de Podemos es, precisamente, Izquierda Unida.
En su etapa blanda, que coincidió con el mandato de Gaspar Llamazares y la
primera legislatura de José Luis Rodríguez Zapatero, hubo una facción,
Izquierda Anticapitalista, entonces llamada Espacio Alternativo, que se salió
de la formación. Encontraban a IU
demasiado amiga del Gobierno socialista, demasiado palmera del PSOE y del PNV
en el País Vasco. Y probablemente tenían razón. Ahora, han encontrado los
mejores líderes, los más formados, los mejores tácticos y estrategas, detrás de
los que se encuentran prácticamente escondidos. Pablo Iglesias, Juan Carlos
Monedero e Íñigo Errejón han demostrado que son muy válidos. Brillantes. Pero
ahora IU no es lo que era en el año 2008, cuando se produjo el divorcio. Ha
dado varios pasos a la izquierda. Pero va a pagar muy caros sus errores
estratégicos del pasado. Algunos de ellos cometidos, precisamente, cuando el mismo Monedero de
Podemos era asesor del propio Llamazares.
Podemos, con el apoyo mediático que lleva
teniendo desde el principio, algo que nunca hemos visto con Izquierda Unida
(quizás sólo cuando El Mundo utilizó a Anguita para acabar con el Gobierno de
Felipe González) acabará por comerse al padre, a la formación de la que se
escindió. Ése parece ser el objetivo. Convertirse en la
fuerza hegemónica de la izquierda. Eso están haciendo: construir hegemonía. Al
más puro estilo Gramsci. O Lenin. Incluso con un punto trotskista. Porque, sí,
están ejerciendo de vanguardia. Casi de manera disimulada. Con un poco de
superioridad intelectual. Sin usar palabras cultas ni las tradicionales de la
izquierda para no asustarnos o para que les entendamos.
De todas maneras, hay algunas cosas que están pasando
un poco desapercibidas pero que son muy importantes. Podemos dar muchísima
importancia a los procedimientos, a que sean escrupulosamente democráticos. Ha
presumido de haber realizado unas primarias abiertas a toda la ciudadanía. Se
les ha caído un eurodiputado, el ex fiscal anticorrupción Carlos Jiménez
Villarejo. Y le acaban de preguntar a Pablo Iglesias
ahora mismo en televisión si abandonará su escaño en el Parlamento Europeo para
presentarse como candidato a las elecciones generales y ha respondido: “Ahora
no toca hablar de eso”. No suena nada bien, ¿no? Para eso, que
hubieran escogido el centralismo democrático.
Cristina Vallejo
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