Uno nace en
Castilla y la cigüeña que le trae ya viene con un historial de campanarios
altos y vistas de adobe, de atardeceres extendidos color ladrillo y de castañas
pilongas y reciedumbre feliz de brasero. Los castellanos de los pueblos son un
poco los gallegos de la meseta, gente poco gesticuladora y de conversación
apaisada que siempre se resume en ejo (“eso”).
Podríamos
haber sido los que rigen los destinos del mundo, que por algo aquí estuvieron la
Corona, el mercado paneuropeo de Medina del Campo y Aznar jugando al dominó. Pero
preferimos quedarnos en nuestro terruño, en nuestra pequeña patria de la
que nos sentimos orgullosos. Que básicamente viene siendo el bar de la plaza en
el que venden piponazos y unas pocas calles de firme áspero donde rasparse los
codos todo el rato, o sea, la infancia.
RESISTENCIA
A LOS GUISOS HIPERCALÓRICOS
Los
mexicanos tienen su picante y nosotros tenemos los guisos con bien de
pimentón y guindilla o simplemente con un sombrero de grasa de unos dos
centímetros. Por ejemplo, ahora, los de níscalos. En un escenario de fin de
mundo, sólo con ese fondo acumulado seríamos capaces de sobrevivir un par de
décadas más que el resto e incluso diez minutos más que los mexicanos. Los
guisos castellanos -de las patatas con costillas a los cocidos maragatos- estaban
pensados para ir a trabajar al campo, pero sirven también para echarse siestas
agosteñas épicas que en cuanto sean modalidad olímpica nos volverán a convertir
en un imperio.
TEMPLE
FRENTE A LAS TEMPERATURAS EXTREMAS
A un
castellano le sueltas en el espacio camino del sol y le parece todo normal. Con
ponerse y quitarse una chaquetita de punto lo arregla. El sol sahariano que
se combina con noches polares un día cualquiera de julio otorga la misma
consistencia angulosa al vino y a los paisanos. Por si fuera poco, la meseta
limita con los montes de León, la montaña palentina, la Sierra segoviana y toda
esa Cordillera Cantábrica. Va uno paseando, a punto de desmayarse de la
calorina, y se topa con una montaña nevada. Se pone la chaquetita y ya está. Y
luego está que cada vez que veo en el telediario a un ruso bañándose en algún
lago rollo siberiano me acuerdo del río de mi pueblo en pleno agosto y pienso
que ahí querría verles intentándolo.
VISTA
PANORÁMICA
Los
horizontes de Castilla están siempre donde Cristo dio las tres voces. El
mundo parece demasiado largo visto desde aquí, así que se prefiere no salir
mucho de casa. En este contexto horizontal sorprende aún más que la Corona
de Castilla se tragara aquello de que la tierra era redonda. La ventaja
genética que hemos sacado de esto es una sagaz vista de lejos que nos permite
distinguir desde la puerta de casa si ese tractor se ha metido en nuestras
lindes o si ese madrileño vestido de Coronel Tapioca que admira la fuente
del pueblo boquiabierto se piensa que está en un safari.
MINIMALISMO
En ninguna
parte se dice tanto con tan poco. Las pausas conversacionales y las apostillas de un
castellano son tratados de mil páginas que sólo puede interpretar otro
castellano.
HÍGADO DE
HIERRO
En algunos
pueblos sólo falta que el vino salga de las fuentes. Y como no todo es Vega
Sicilia, el castellano acaba desarrollando desde la infancia una resistencia
mutante a cualquier cosa que le echen. De ahí vienen un poco los gobiernos
que se han apoyado por aquí desde los Comuneros hasta hoy.
GANAR
RESISTIENDO
La costumbre
aquí es sentarse en el banquillo de la puerta de la casa a ver pasar
vecinos, mozas, rebaños, estaciones, oportunidades y, en general, el mundo.
Tenemos claro desde hace unos siglos que todo se acaba convirtiendo “en tierra,
en humo, en polvo, en sombra, en nada”, así que hemos desarrollado una
paciencia que nos convierte en fiables, inmutables y los tipos que piden
repetir de garbanzos. La fiesta de Castilla y León podría conmemorar la llegada
de Colón a América, la Reconquista o la invención de la morcilla de Burgos,
pero celebra una derrota, la de los Comuneros. Con esa manera de verlo,
somos invencibles.
PINTORESCOS
Así, a ojo,
en Castilla hay dos iglesias por habitante y una boina en cada diez cabezas. Un
Washington Irving de 2013 vendría aquí a escribir lo suyo. Puede que
instagramear desde el Caribe dé más envidia, pero las fotos exóticas de
verdad son las de la meseta.
ESTAMOS DE
PASO
La meseta
está justo en el medio del universo, así que tenemos Ave, carreteras y Camino
de Santiago. Un castellano de verdad no las usa para ir a ningún sitio, como no
sea a Madrid a una boda o a Santander a la playa.
OTROS UNA
VEZ AL AÑO
En las
fiestas de los pueblos es donde los castellanos se permiten no serlo tanto. Cantas,
bailas, te abrazas y pareces andaluz un ratito.
PARAPETOS DE
LUMBRE
La lumbre es
una forma de entender el mundo. Una fuente de energía y el lugar de donde salen
las comidas y las historias vergonzantes de cuando eras pequeño. Recuperas la
lumbre en cualquier momento de tu vida, le añades una gloria y ya se puede caer
el mundo alrededor.
Podríamos
haber conquistado el mundo, pero no sucedió