domingo, 9 de febrero de 2014

Nueva Barcelona

Nueva Barcelona, la ciudad que los emigrantes catalanes fundaron en los Balcanes en el XVIII

En 1700, tras la muerte de Carlos II sin descendencia, las potencias europeas se disputan el trono español. Por un lado, Felipe de Anjou (Casa de los Borbones) –con el apoyo de Francia– y por otro, el archiduque Carlos (Casa de los Austrias o Casa de Habsburgo, a la que pertenecí­a el rey muerto) –con la coalición formada por Austria, Inglaterra, Holanda, Saboya, Prusia y Portugal–. Comenzaba la Guerra de Sucesión en 1701. El miedo a la pérdida de libertad (fueros propios) y a la instauración del absolutismo borbónico (recordemos que Felipe de Anjou era nieto de Luis XIV, el rey Sol) hacen que los territorios de la Corona de Aragón apoyen al archiduque Carlos. Tras varios años de guerra, en 1713 se firmó el Tratado de Utrech en el que se reconocía a Felipe de Anjou (Felipe V) como rey de España y de las Indias y renunciaba al trono de Francia. Pero Barcelona todavía aguantaría hasta el 11 de septiembre de 1714. Como ocurre en todas las guerras civiles, los perderos tuvieron que abandonar su hogar ante la más que probable represión por los partidarios de los Borbones. ¿Qué fue de aquellos emigrantes catalanes que tuvieron que abandonar Barcelona?

Lo más lógico y prudente fue refugiarse en territorios europeos controlados por los Habsburgo: Nápoles, Flandes, Cerdeña, Sicilia (todos ellos perdidos por la Corona española en Utrech), Austria, Hungría… Felipe V quería recuperar los territorios de la Corona española que el Tratado de Utrech había repartido entre los beligerantes de la Guerra de Sucesión y en 1733 reconquistó Nápoles y Sicilia. Los emigrantes catalanes que allí se habían refugiado tuvieron que volver a huir, esta vez a Viena. Aquel contingente que llegó a Viena estaba formado por gente sencilla y humilde, buscavidas y otros sin oficio ni beneficio. Sin recursos y sin forma de ganarse la vida, malvivían vagabundeando por las calles y las autoridades buscaron una solución para “limpiar las calles” y reubicarlos en algún lugar donde no molestasen. El lugar elegido fue un territorio pantanoso recientemente conquistado al Imperio otomano en el que hoy se sitúa Zrenjanin (a unos 70 km al norte de Belgrado, Serbia). Además de quitarse un problema, utilizaron a los catalanes para repoblar la frontera con los turcos.

Entre 1735 y 1737, financiados por el Sacro Imperio, unos mil catalanes fueron embarcados para llevarlos a su nuevo hogar a través del Danubio… allí fundaron Nueva Barcelona. Comenzaron la construcción de aquella nueva ciudad y plantaron las primeras moreras para alimentar a los gusanos de sus fábricas de seda. Pero aquel sueño de un nuevo hogar solamente duró tres años. Los enfrentamientos entre los Habsburgo y el Imperio otomano se reanudaron y la zona ocupada por los catalanes sufrió las acometidas de los turcos. Además, por si esto no fuera poco, los turcos también trajeron la peste que diezmó a la población. Los pocos que sobrevivieron abandonaron Nueva Barcelona y su rastro se perdió. En 1808 un incendio arrasó lo que quedaba de la ciudad y, a fecha de hoy, el único vestigio que queda de aquellos emigrantes catalanes son las moreras

Migas.

“Hacer buenas migas”

Se dice de las personas, animales o incluso seres humanos que congenian, concordian y hacen buena amistad, sin que para ello haya un motivo claro, lo que ahora se traduce por tener química o feeling, que si en una conversación no se usa un palabro anglosajón córrese el riesgo de privarse uno; algo que antes les sucedía con cierta frecuencia a los niños que cogían berrinches y rabiatas, pero que hoy se gestiona con llamada de socorro al defensor del menor y aquí paz y después gloria.

El origen del dicho está, evidentemente, en el plato que hace unos cuantos siglos empezaron a elaborar los pastores trashumantes con dos ingredientes básicos, hambre y pan duro, y cuya receta probablemente imitaron de los cuscuses de nuestros conquistadores musulmanes. Lo que ya no es tan sencillo determinar es el por qué las migas se asocian a la concordia y al compadreo. Hay quien sostiene que el dicho vendría a poner en valor (expresión de nuevo cuño que equivale a “bueno, yo diría que…”) lo laborioso de la preparación del plato, cuyo secreto de llegada a buen puerto está en el perfecto y trabajosísimo ligado y a la vez soltura de los ingredientes; quien dice que la pesadez del cortado tradicional del pan a navaja requería de un grupo bien avenido y de ahí vendría la cosa; y quien, como Nos, sostiene que el susodicho dicho se basa y cimienta en la solidaridad de grupo que se establece en el momento del condumio, que por tradición se ha efectuado en el movimiento de cucharada y paso atrás. Porque una cosa es decirlo sin más y otra ponerse en el corro hambriento y funcionar con el armónico automatismo que el ordenado yantar requiere. Nada fácil.

Otra posibilidad es que el dicho evocara el confeccionar el plato como mandan los cánones sin que los comensales hallaran motivo alguno de discrepancia. No parece ir por ahí los tiros porque partiendo de la esencia, que consiste en sofreír con ajos y aceite de oliva unos trozos de pan duro, previa y ligeramente humedecidos con agua, las variantes son, si no infinitas, casi. Hay migas manchegas o ruleras acompañadas de longaniza, torreznos y uvas frescas; aragonesas con chorizo, cebolla y pimentón dulce; andaluzas con matalauva, torreznos y ocasionalmente pepino, aceitunas y rábanos, que a veces se hacen dulces añadiéndoles leche o chocolate; extremeñas a base de tocino, chorizo, pimientos y sardinas; almerienses, que no son de pan sino de trigo o sémola y a las que se arriman sardinas, boquerones, bacalao, pimientos secos fritos, morcilla y chorizo, en compaña de granos de granada, rábanos, habas o ajos tiernos; viudas de Teruel, aunque con frecuencia infieles al ausente con unos taquitos de jamón; canas sorianas, con su panceta de cerdo, su leche y su azúcar; gachasmigas, que en el Jaén serrano y en el murciano Campo de Cartagena se hacen con harina en vez de pan, y se acompañan de uvas, naranjas, cebolla o aceitunas. En fin, que para que seguir si está ya claro que por ahí no vamos a ningún sitio… así que otro día hablamos de las sopas de vino que Benina le prepara al moro ciego Almudena en la Misericordia de Galdos, que no viene mucho a cuento, pero que también estaban hechas de hambre y pan duro.